1ª lectura: Génesis 14,18-20; Salmo 109,1-4; 2ª lectura Carta I a los Corintios 11,23-26; Evangelio según San Lucas 9, 11b-17.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué
bueno es Dios!, que porque nos ama se hizo pan que nos alimenta y nos
regala la vida eterna.
Celebramos hoy
la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, una oportunidad para
profundizar sobre el significado y la importancia de la Eucaristía en nuestra
vida.
¡Qué
bueno es Dios!, que nos conoce en profundidad,
y porque sabe que necesitamos signos concretos, eligió permanecer entre
nosotros en forma de un poco de pan y vino consagrados.
Como decimos
luego de la consagración, “este es el sacramento/misterio de nuestra fe”. Como
dijimos la semana pasada, es un misterio, algo que se nos manifiesta aunque no
por completo, que nos implica, pero no se deja poseer por completo, que no se
ajusta a nuestros esquemas mentales, pero si creemos en él transforma nuestra
vida.
Sabemos que la
Eucaristía fue instituida por el mismo Jesús en la Última Cena. En esa cena,
Jesús instruyó por última vez a los discípulos antes de la Pasión. Fue una
comida pascual. Los judíos celebraban en ese día la liberación de Israel de la
esclavitud de Egipto. Celebraban la Alianza que Dios hizo con su pueblo, como
leemos en el libro del Éxodo. Jesús cambió por completo el significado de esa
comida al decir que el pan partido es su Cuerpo, y el cáliz, es el cáliz de la
alianza nueva y eterna, de la sangre que será derramada para la salvación del
mundo. De esta manera anticipó su acto de amor extremo en la Cruz, donde su
carne será despedazada, y su sangre derramada, donde por su fidelidad nos
reconcilió con Dios, nos salvó. Al agregar "hagan esto en memoria
mía", pensó en nosotros, en todos aquellos que no estuvimos presentes en
la Cruz, para que hoy, al celebrar la Eucaristía, actualicemos en nosotros los
efectos salvíficos de la Cruz. Así es que la Eucaristía es un gran regalo
del amor de Dios.
La Carta a los
Hebreos nos enseña que el mismo Jesús es el garante de la Nueva Alianza. La
Antigua Alianza fue muchas veces quebrantada por el pecado del pueblo. Esta
Nueva Alianza es eterna, porque Jesús mismo con su fidelidad la selló para
siempre. Aunque nosotros fallemos y con nuestras actitudes rompamos la relación
con Dios, la Alianza no se quiebra, porque Él, Jesús, fue fiel hasta el fin.
Jesús nos dice
en el Evangelio según San Juan, que Él es el pan vivo bajado del Cielo, pan que
da vida, pan que nos regala la plena comunión con Dios y nuestros hermanos, pan
que nos regala la verdadera felicidad.
Creo que si
estudiamos a fondo los hechos que conmovieron al barrio en estos días, si
logramos ver más allá del miedo, el enojo o el desconcierto, vamos a comprender
que en el fondo, lo que vemos detrás de tanta violencia, es un grito de
profunda insatisfacción y frustración, de enojo por promesas incumplidas. Es el
grito de una humanidad infinitamente necesitada, que sólo puede ser satisfecha
por un infinito, Dios; y por eso, Él se hizo Pan, para saciar nuestra eterna
insatisfacción. Al contemplar estos acontecimientos, podemos entender que nada
satisface al ser humano, solo Dios; que aunque se busquen paliar necesidades
materiales, son las espirituales las que seguirán reclamando a gritos.
A este Dios
que es tan bueno, tenemos mucho para pedirle hoy: vamos a pedirle que nos ayude
a crecer en conciencia de la Eucaristía como acto de amor; de que no importa
que nos parezca "aburrida"; no importa si el sacerdote tiene más o
menos carisma; si hay guitarra y coro o no; lo que importa es que celebramos
que Dios nos ama tanto como para darse a nosotros como alimento; también que
este alimento de comunión nos ayude a seguir colaborando para que todos nos
sintamos parte de una misma comunidad, donde nadie se sienta marginado. Y a
María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que nos dio a luz al Pan del Cielo,
que nos ayude a tener un corazón disponible como ella a la acción del Espíritu
y así podamos ser misioneros de su amor, que se hace realmente presente en cada
Eucaristía, y es el único que puede saciar esta necesidad infinita que
poseemos; es el único que puede hacernos sentir plenos.
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