Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

lunes, 23 de marzo de 2015

Domingo V de cuaresma, ciclo B.

1ª lectura: Jeremías 31,31-34; Salmo 51(50),3-4.12-13.14-15; 2ª lectura: Hebreos 5,7-9; Evangelio según San Juan 12,20-33.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que  en Jesús se hizo uno de nosotros igual en todo, menos en el pecado, y por su fidelidad hasta la muerte fue causa de Salvación para todos.

Estamos  celebrando el quinto domingo de cuaresma. Estamos a sólo siete días de la semana santa, la semana más importante en la vida del cristiano, la semana en la que celebramos el amor fiel de Dios que se entrega por nuestra salvación. Dije celebremos, no recordamos, porque para nosotros el celebrar implica actualizar este amor en nosotros, es decir, en semana santa celebramos que HOY Jesús se entrega por nosotros y nos salva; de ahí la importancia de prepararse adecuadamente durante la Cuaresma.

Esta entrega de amor de Jesús en la Cruz fue anticipada en la Última Cena, cuando Jesús instituyó la Eucaristía, y con ella una Alianza nueva y eterna con el ser humano, Alianza que selló con su sangre derramada en Cruz. Esta Nueva Alianza fue profetizada, como leímos en el texto de Jeremías, cerca de unos cuatrocientos cincuenta años antes de Jesús. En esta Nueva Alianza, Dios inscribiría su ley en nuestros corazones. Esta ley es el mandamiento del amor, que Jesús enseñó de palabra y obra. Esta Nueva Alianza no puede romperse gracias a la fidelidad de Jesús, cómo sí se rompió la antigua a causa de la infidelidad del pueblo. En esta Nueva Alianza todos conocerán al Señor, desde el más chico al más grande; en Jesús, podemos decir que conocemos a Dios, ya que, como dice San Juan, quien ve al Hijo, ve al Padre. Esta Nueva Alianza nos regala el perdón de nuestros pecados.

La entrega de Jesús en la Cruz es denominada por San Juan como "la hora". Para este Evangelista, la hora de la glorificación corresponde a la hora de la Cruz, que comienza con la Última Cena. Es la hora de la encrucijada, entre la amenaza de muerte que se cierne sobre Jesús, la posibilidad de escapar y esconderse, y la necesidad de ser fiel para salvarnos. Pero Jesús opta por la fidelidad, y gracias a su amor fiel, nos sanó y salvó. Como dice el texto de la Carta a los Hebreos, así el llegó a la perfección, y llegó a ser causa de salvación para la humanidad. Esto explica la expresión de Jesús, "cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". La Cruz-Resurrección se convierte en el Centro de la historia y del universo, porque en este acontecimiento, todas las cosas fueron reconciliadas con Él. La Cruz unifica y sana nuestras dualidades. Ella, signo de la tortura y muerte más cruel, se convierte en signo de amor fiel que da una vida nueva; ella, signo de fracaso para los seres humanos, se convierte en el gran signo de la victoria de Dios; ella, signo de la gran oscuridad que se cierne en torno a Jesús, se convierte en fuente de luz que ilumina los rincones más oscuros de nuestra vida; ella, el episodio más absurdo de la historia (matar al que más nos ama, matar a Dios), por el poder y amor de Dios, se convierte en el acontecimiento más pleno de sentido, y desde entonces, toda situación humana, hasta la más incomprensible puede recibir de ella luz y sentido. La Cruz-Resurrección también sana nuestros dualismos: ella asume nuestras virtudes y defectos, nuestras alegrías y tristezas, nuestras faltas de amor, y nuestras entregas solidarias; ella es el centro de la vida del cristiano.

A este Dios que es tan bueno, que entrega su vida para salvarnos, le vamos a pedir, como el salmista, que purifique nuestro corazón, que lo limpie de todo aquello que nos aleja del Él, para que la Pascua nos encuentre reconciliados con Él y nuestros hermanos; y a María, Madre de la Luz y el Amor, le vamos a pedir que nos ayude a ser dóciles a la acción del Espíritu, para que podamos ser como ella servidores de Jesús, para que donde esté Jesús, estemos también nosotros.

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