1ª lectura: Ap 21,1-5a.6b.7; Sal 129,1-8; 2ª lectura: 1ª Carta a los Corintios 15,51-57; Evangelio según San Juan 11,17-27.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que saca bienes de nuestros males y vida de nuestras muertes.
Celebramos hoy la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos. Pero esto no es celebrar la muerte, sino la Vida Nueva en Jesús, porque Él nos demostró que la última palabra no la tiene el mal y la muerte; la última palabra la tiene el amor y la vida. Y, si alguien tiene dudas de esto, prestemos atención a lo que Jesús nos muestra en el Evangelio de hoy.
Contextualicemos:
La situación en torno a Jesús se había complicado. Estaban conspirando para arrestarlo y matarlo. En esto le llega el aviso que su amigo Lázaro está gravemente enfermo. Jesús deja pasar un par de días y decide ir a verlo. Sus discípulos quieren detenerlo, porque ir hacia el pueblo de Lázaro implicaba meterse en la "boca del lobo"; pero su amor es más fuerte que el miedo y la muerte. Al llegar se encuentra con Marta, hermana de Lázaro y amiga suya. Ésta le hace un reproche; sin embargo, hace una profesión de fe solemne. A través de ella, Jesús llama a María. Jesús la saca del foco del dolor, pero a ella le cuesta salir y llora. Esto conmueve a Jesús, y también llora. Pide que lo lleven a la tumba. "Huele mal... lleva cuatro días", le dice Marta. Esta expresión indica que no hay vuelta atrás, no es posible cambiar la situación de Lázaro. Jesús la invita a creer, pero al ver el llanto de los demás, se vuelve a conmover y llora. Esto nos enseña la validez del duelo y el llanto frente a nuestras pérdidas: si Jesús mismo lloró, aún sabiendo que la muerte no tiene la última palabra, ¿cómo no vamos a poder llorar nosotros? Nuestra psiquis necesita atravesar el duelo para encontrar la calma; y el duelo implica el llanto, la negación, el enojo, la resignación y al fin la aceptación de la nueva realidad; quien no llora una pérdida, lo que hace en realidad es retrasar el duelo.
Pero Jesús le devuelve la vida a Lázaro, porque Él es la Resurrección y la Vida; y porque, como dice San Pablo, por Él la muerte ha sido vencida.
Por todo esto podemos decir con el salmista: "espero en el Señor y confío en su Palabra... porque en Él se encuentra la misericordia y la Redención en abundancia"; porque su sueño es que todos nos salvemos y habitemos el cielo nuevo y la tierra nueva de los que nos habla el Apocalipsis, donde no habrá más llanto, ni muerte, ni dolor, donde seremos plenamente felices en comunión con Dios y nuestros hermanos, donde nos encontraremos con nuestros familiares y amigos que ya partieron al encuentro con Dios.
A este Dios que nos ama tanto, que es el Dios de la Vida, le pedimos que acepte en su Reino de Paz y Luz a nuestros difuntos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos dé el consuelo a quienes lloramos la muerte, y nos ayude a tomar conciencia que la última palabra no la tiene la muerte, sino la Vida.
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